La tenaz lucha de resistencia primero, y ofensiva después,
de ese gigantesco conglomerado de hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños
que protagonizaron la Guerra del Agua en Cochabamba en el 2000, los bloqueos de
caminos y cercos a la ciudad de La Paz, los levantamientos e insurrecciones de
la ciudad de El Alto en 2003 y en la primavera del 2005, las tomas de tierras,
cierres de válvulas de los gasoductos, ocupaciones de los pozos petroleros a lo
largo de todos estos años, fue capaz de poner patas arriba al Estado boliviano,
incapaz de contener a los pueblos en movimiento.
viajamos a los primeros años de este siglo en Bolivia,
para entender cómo se gestaron esos contrapoderes del Altiplano Aymara, capaces
de hacer caer gobiernos.
En el libro Dispersar el poder.
Los movimientos como poderes antiestatales Raúl Zibechi busca la respuesta a
estas preguntas en la fuerza de lo comunitario. Y con él hablamos.
¿Cómo fue posible que en los
albores del siglo se movilizaran coordinadamente en medio de un aparente caos,
miles y miles de hombres y mujeres aymaras en El Alto para echar del gobierno a
un presidente asesino? ¿Cómo hacían los aymaras rurales y urbanos de Bolivia y
los hombres y mujeres de Cochabamba para tender sistemáticamente cercos al
poder? ¿Cómo se ponían de acuerdo sin que se viera ningún “centro visible” de
la acción social? ¿Cómo deliberaba esta gente orgullosamente morena y vigorosa,
de tal modo que no importaba a quién se preguntara, todos sabían qué estaban
haciendo y hacia dónde tenían que ir?¿De dónde aparece y cómo se produce esta
inteligencia colectiva...? ¿Esta capacidad creativa?