Les cuento que con una olla con agua, con la tapa invertida, con hielo sobre la tapa y una taza grande adentro de la olla (sin que el agua la tape, claro) se puede destilar agua con resultados magníficos.
@gabriel Sí, todavía tengo los casetes esos de cuando grabé aquel disco. Y recuerdo lo de las premezclas, era todo un tema elegir qué premezclar. Pero si los beatrles grabaron Sgt. Peppers en cuatro canales, haciendo miles de premezclas e inventos raros, no me iba a andar quejando.
Me estaba acordando, vaya a saber por qué, de la época en que cuando se mezclaba un disco se lo hacía «en vivo», es decir, ponele que tenías diez pistas grabadas, y arrancaban cada una en un volumen determinado, pero en tal parte en la pista 8 había algo que estaba muy fuerte y había que bajarlo, o en tal otra parte la voz llevaba un efecto determinado y había que mover una ruedita hasta tal número y volverla a su lugar una vez que pasaba ese momento. Algunas mezclas requerían varios ensayos, y varias pasadas grabando (se grababa todo en una cinta estéreo, que después se usaba para hacer los discos o lo que fuera), y varias personas ubicadas alrededor de la consola (esas consolas, a veces, eran enormes). Cuando terminabas una pasada sabías si habías hecho tu parte bien, y poco más, porque costaba concetrarse en lo que hacían los demás. Yo, una vez, me pasé con un efecto y le di como hasta el doble, pero me hice el sota y nadie se dio cuenta; quedó así, psicodélico. Hoy todo eso es automático, normalmente en la pantalla de la computadora (aunque recuerdo procesos automatizados que implicaban consolas reales), de modo que si al escuchar lo global te suena que algo está mal, solo vas y corregís eso y no tenés que correr la canción de nuevo. Una papa, pero quién nos quita lo bailado. Pero las computadoras trajeron una diferencia esencial: poder «mover» las notas hacia atrás o adelante (en el tiempo). Eso con la cinta era imposible, no se trata aquí de una cuestión de ensayo. Si una nota te quedaba fuera de tiempo, había que hacer la toma de nuevo, aunque todo lo demás estuviera bien; entonces esa nota te salía bien, pero capaz que le errabas en otra parte. A lo sumo se podía «pinchar», esto es, empezar a grabar en tal parte y salir en tal otra, y después escuchar a ver si no se notaba el pinchazo. En resumen: había que tocar. Ensayar muchísimo para la grabación. No solo saber la canción o lo que fuera, sino poder tocar en las condiciones de estudio, que son bien distintas (oyendo una base por los auriculares, por ejemplo). Eso ya atenta un poco contra la música; siempre es mejor tocar todos de una, como si fuera en vivo y, en todo caso, agregar cosas después. Pero lo de hoy atenta más. Saber que si te barandeás un poco lo podés «acomodar» después es engañoso, porque rara vez se acomoda de verdad. Muchas veces llega un punto en que uno dice «pará, vamo' a grabar todo de nuevo porque ya no sé cuál es el tiempo». Para eso algunos usan metrónomo, pero el metrónomo impide las aceleradas y frenadas naturales de la música. O sea, gente, es maravillosa la tecnología, pero si querés grabar, antes hay que aprender a tocar. Al menos en determinados tipos de música. Otros, más tecno, tal vez no lo requieran, no sé.
REFLEXIONES TRAS DESCUBRIR MIS ESPACIOS PRIVADOS INDEBIDAMENTE INVADIDOS POR UNA ROMÁNTICA Y TORRENCIAL LLUVIA DE PRIMAVERA La franja etaria a la que ingresé recientemente tiene, supuestamente, sus limitaciones físicas y (también supuestamente) su contraparte de sabiduría. Por ejemplo, antes, en caso de despertar y encontrar una habitación inundada, habría trepado al techo por el parrillero, saltando de sección en sección, llegado a la parte por donde se supone que entró el agua, pensado «no veo nada raro ni sé qué mierda se puede hacer acá» y concluido que lo mejor será esperar a ver qué pasa en la siguiente lluvia. Mi actual condición de sabio anciano de la tribu me dice que lo mejor será saltearme toda esa parte de despliegue atlético, agradecer a las divinidades que corresponda por haber tenido la delicadeza de no llover sobre la computadora y sus accesorios, y llegar exactamente a la misma conclusión mientras tomo un café y contemplo los pisos a los que, después de todo, un poco de agua no les venía mal.