Bitcoin funcionó sin problemas durante seis años, hasta que Blockstream logró hacerse con el control del cliente fundado por Satoshi Nakamoto mediante una táctica que probablemente será recordada como “el blitzkrieg sobre Bitcoinlandia”. En 2014, tras este avance fulminante, muchos aún creían que Blockstream, lejos de ser la punta de lanza de las élites financieras del mundo fiat –como es obvio a estas alturas–, era una especie de “Red Hat” de Bitcoin que venía a contribuir con el desarrollo open source. Sin embargo, las intenciones de los Blockstream boys quedaron muy pronto en evidencia cuando –para disgusto de los bitcoiners económicamente alfabetizados– se erigieron en planificadores centrales de Bitcoin.
Hoy es muy fácil predecir los movimientos de Blockstream / Core –solo hay que preguntarse qué haría Stalin bajo las mismas circunstancias–, pero en aquel entonces esta organización todavía no había empezado a mostrar los dientes a cualquiera que se atreviera a cuestionar su “hoja de ruta”, y era natural que la gente le concediera el beneficio de la duda.
Hoy sabemos que lo único que satisface a los Blockstream boys es el control total y absoluto sobre el protocolo; de otro modo no podrían imponernos su nuevo sistema. Por eso aquí los llamamos cryptoleninistas –o bitcomunistas–; no solo por su ignorancia de los conceptos más elementales de la ciencia económica, sino principalmente por los métodos totalitarios con los que aspiran a mantener la integración forzosa (“si no te gusta, mala suerte: aquí mando yo”) frente a los partidarios de la independencia (“si no te gusta, eres libre de escindirte”).
Si no tuviéramos la posibildad de rescatar, fork mediante, la idea original de Bitco ...
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