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Ni siquiera cuando Anna comenzó a detectar su fascinación por algunas mujeres —especialmente las que su padre psicoanalizaba: Loe Kahn, Kata Levy o Lou Andreas-Salomé—, experimentó la relación paterno filial ningún signo de erosión. Anna compartió cincuenta años de su vida con Dorothy Burlingham, pero jamás aceptó su homosexualidad. Muy al contrario, «Anna llegó a dar conferencias sobre cómo “curar” a pacientes homosexuales y se opuso a que estos ejercieran el psicoanálisis»
http://www.jotdown.es/2016/12/las-hijas-heridas-los-genios/