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Escultura en el Río de La plata.
La artista es Claudia Fontes. Está ubicada en el Parque de la Memoria. Y Claudia la llamó: “Reconstrucción del retraro de Pablo Miguez
Pablo tenía 14 años cuando lo secuestraron junto a su mamá Irma Sagayo y su papá.
Deambuló por varios centros clandestinos, su último destino fue la Esma, no se sabe bien que pasó con él, se cree que fue victima de los vuelos de la muerte
Un pibe con cara de travieso
Por L. P.
Cuando lo conocí, Pablo tenía 14 años pero no representaba más de doce con su carita de pibe travieso, sus pecas junto a la nariz, sus ojos de chispazos, su cuerpo esmirriado. Era tan chico, tan vivaz, aparecía tan indefenso en ese mundo alucinante, que no pocos guardias se conmovían por su presencia. Le habían puesto un "tabique" sobre los ojos que casi siempre usó como vincha y cada vez que podía se las arreglaba para salir de la cucheta, servir el mate cocido, leer una revista.
En ese largo y fugaz mes que estuvimos juntos, Pablo me contó del Vesubio, de los presos trasladados desde allí que luego un comunicado oficial dio como "abatidos en combate", de su mamá, de quien no se despidió ("ella estaba en la cocina"), de la esperanza de que lo llevaran con su padre, de su vida en el mundo de afuera --el colegio, la natación, los hermanos, la abuela, los primos y el turf--, de sus amores y sus miedos. Habíamos encontrado una forma para hablar sin que se notara y con los ojos cubiertos, cada uno tirado boca abajo en la cucheta o arrodillándonos contra el tabique de madera que nos separaba. Lo doblaba en años pero nos cuidábamos mutuamente. Yo intentaba protegerlo, sobre todo alguna noche que despertaba lloroso, "soñé con mi mamá". El también: cuando me contó que lo habían picaneado y me descontrolé, se desesperó por tranquilizarme, "tanto no me dolió", decía.
Mientras estuvo allí, nadie apareció haciéndose cargo de su caso. Eso lo angustiaba. No sabía quién era "dueño" de su vida, a quién rogarle su libertad.
Se lo llevaron una tarde de fines de septiembre del 77. Yo venía del baño cuando en un instante vi que la puerta se cerraba tras él, que caminaba a ciegas, de la mano del jefe de guardia. Pensé que se trataba de algún trámite. Arriba, en "capuchita", los otros presos me dijeron que no, que se lo habían llevado y que Pablo pedía verme. Quise creer entonces que lo liberarían. ¿Quién podía enviar a la muerte a un chico de 14 años? El día antes del Juicio a las Juntas, en Tribunales, alguien me dio un volante con su foto. "Pablo Míguez, desaparecido", decía.
Hace muy poco estuve con su papá y le hablé de Pablo y de esta nota. El me contó lo que sabía y aportó documentos, fotos y recuerdos. "Es como si mi hijo me estuviera viendo", dijo. Con esa ayuda y con la del Equipo Argentino de Antropología Forense logré escribir esta historia fragmentada que para mí, desde hace 21 años, es una asignatura pendiente.
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