Mi familia vivía instalada en la campana de humo de tabaco de mi padre. Así que cuando me metí el primer cigarrillo en la boca, solo pasé a ser consumidor activo de una droga que ya consumía pasivamente desde antes de nacer.
Me costó 12 años dejarlo.
Quizás por eso veo paralelismos con el modo en que los hard users han convertido sus smartphones en cigarrillos de contenidos, en dispensadores de droguita en forma de notificación.
La microdosis de estímulo informativo también tiene un efecto eufórico muy breve; por eso hay que ir dándole caladitas sin parar.(Dato: pulsamos los smartphone más de 2000 veces al día).
Sus apps también han sido diseñadas por compañías americanas que hackean nuestra voluntad a través de la adicción para obtener el máximo beneficio.
Pero a nuestra sociedad le falta la cultura para entenderlo así. Estamos como en los 80 con la nicotina; perpetuando nuestra adicción en nuestros hijos.
Se ha convertido en la nueva campana de humo.