Un vendedor de golosinas decide terminar su jornada laboral en el bus luego de observar que, desde la parada, dos gurises se disponen a pedirle permiso al chofer para subir a rapear.
- Tengo uno arriba. Dice el conductor, refiriéndose a que ya hay alguien trabajando.
- Ya terminé maestro, cobrame el boleto nomás que sigo. Dijo el vendedor, asegurándose de que los raperos escucharan.
Los gurises ya tenían levantado el pulgar y saludaban mirando de reojo el siguiente ómnibus que asomaba en la avenida cuando escucharon al vendedor, ahora pasajero.
El hombre toma asiento y como por arte de magia, reduce todos su exhibidores, bolsas y paquetes a una caja que coloca sobre su falda. Se presentan los raperos. La gente aportó palabras para la imporvisacion: primavera, amor, cansancio y flores. Uno con gorrita de Boca Juniors se encargaba del ritmo que oficiaba de base musical para que el otro rubiecito se dejara llevar por lo que se le iba ocurriendo.
En un momento, el botija se le acerca al señor que antes paseaba por el pasillo con cientos de caramelos y pastillas, y hace parte de su improvisación la compra de unas gomitas mentoladas que valían 2 x $10, todo sin dejar de rimar y seguiendo el ritmo a la perfección. Talentosísimo el gurí, se ganó un enérgico y sincero aplauso de todos, incluso del guarda.
Contentazo el señor, se quedó comentando la performance con una persona que tenía al lado. Yo me hacía el que miraba para afuera, pero estaba escuchando este diálogo con atención y el auricular apagado. Él hablaba de lo buena gente habían sido los gurises, la otra persona destacaba el talento y la creatividad. El señor insistía en lo lindo del gesto y le contaba cómo la pelean día a día los trabajadores de la vía pública. La cosa está brava, repetía.
Se dice mucho hoy que al mundo le falta empatía, para mí que le falta solidaridad de clase.