De vez en cuando me gusta reparar ordenadores y darles una nueva vida, ya sea como máquinas secundarias, para experimentar con sistemas operativos ligeros, como centros de juego vintage... o por el puro placer de hacerlo.
Hoy le ha tocado a un PC Pentium 4 que encontré en la basura. Habían cambiado el cableado interior del botón de arranque para que fuese al Reset, no sé si para fingir que estaba estropeado. Deberían haberlo formateado antes de tirarlo, porque el disco duro está lleno de fotos e información personal. Obviamente lo borraré todo e instalaré un Linux.
El segundo paciente ha sido mi primer portátil, un Dell Latitude D510 de segunda mano que pronto cumplirá 20 años. En su día lo retiré porque el ventilador hacía un ruido infernal y se apagaba sin previo aviso. Lo he abierto y desmontado hasta llegar a las rejillas internas de ventilación. Las he limpiado y por ahora funciona bien. Ha sido toda una alegría ver arrancar un Linux Mint de 2011 como si no hubiese pasado el tiempo.
Cualquiera de las dos máquinas puede dar servicio aún durante muchos años, ya sea para navegar por internet, en tareas de ofimática o en general para cualquier cosa que no sean juegos (modernos al menos).
Arreglar cualquier aparato da mucha satisfacción, pero hoy en día también es una forma de rebeldía. Nos han convencido de que los ordenadores se vuelven obsoletos a los pocos años, cuando en realidad, con un mantenimiento normal, pueden funcionar durante décadas. La industria de los videojuegos tiene mucha culpa de eso.