"Mi madre nunca habló de ese hijo. Nunca se quejó. Nunca habló del registrador de armarios a nadie. Esta maternidad fue como un delito. La mantenía oculta. Debía de considerarla ininteligible, incomunicable a cualquiera que no conociera a su hijo como ella lo conocía, ante Dios y solamente ante Él. Decía de él trivialidades insignificantes, siempre las mismas. Que si hubiera querido habría sido el más inteligente de los tres. El más «artista». El más fino"