Estudiando la historia de España del siglo XIV y XV descubro, una vez más, que el poder es pragmático pero sabe bien manipular emocionalmente a las masas para que actúen a favor de sus intereses.
Es probable que la maniobra de los reyes católicos de expulsar a los judíos en 1492 se debiera a que muchos judíos se aliaban con la nobleza que disputaba a la monarquía el poder central. Y para consolidar el centralismo imperialista había que eliminar fuerzas que lo desafiaran y lo amenazaran.
Para el pueblo, en cambio, la expulsión se debió al afán de purificación religiosa de los reyes católicos, enmarcado en la misión sagrada de recristianizar España.
Y en estas el pueblo sí se veía predispuesto a apoyar a sus reyes porque, mal que nos pese, las motivaciones emocionales basadas en creencias y prejuicios arraigados pesan a menudo mucho más en el sentir popular que el cálculo de intereses racionales.
Cualquier similitud con el presente no es mera coincidencia.