Isaías 48:22. Esas fueron las últimas palabras que oyó. Los impulsos nerviosos, que circularon por el nervio auditivo, llegaron un instante después de que un grupo neuronal le recordase que aquella cara que le pareció conocida, correspondía a un trabajador que había echado. No pudo saber, antes de morir, que él y otros cuántos habían fundado una casa rural, rodeada de frondosos montes, en los que era fácil cavar una fosa y enterrar boca abajo.