Querida loca resentida:
Nunca supimos su fecha de nacimiento. Teníamos una aproximación y con ella le buscamos un día, el veintinueve de septiembre. Mi condición fue que fuese impar, me escama el esnobismo de los pares. La otra fecha importante es la de su llegada a casa, el cinco de noviembre, con poco más de un mes -demasiado pronto, sostengo desde el primer día-. Ocho (tenía que salir uno) años han transcurrido. Hoy estuvo enferma del aparato digestivo, como siempre. Pensé que quizá no querría pasear. Pensé mal. Qué fuerte es la tía. Cierto que ese mal es congénito si no en su literalidad casi. Yo, en mi ignorancia, en mi impotencia, en mi rabia, lo achaco a haber sido separada de su madre tan rápido. La repudiaron de su hogar de nacimiento y ni la ternura de lo recién brotado pudo dilatarlo unas semanas extra. ¿Le quedaba otra que resistir? Claro que ha pedido paseo, de lo contrario saldría bien poco, y lo hace a diario: no conoce otra vida. Juega sus cartas con un lastre, juega cuando se siente ligero y cuando más pesa. Cada lance es suyo, nunca pasa el turno. Diría que esto se puede extrapolar a cualquiera. La de carcajadas gratuitas que nos has provocado, seguro que un número impar. Y, lo mejor, ya vamos a por el noveno, perrilla.