Hay una novela gráfica llamada "La araña del olvido" (autor: Enrique Bonet), que va de quién, cómo y por qué mataron a Federico García Lorca, pero que por el camino cuenta algo más interesante.
Cuenta como la Guerra Civil la ganaron los cuñados de España, y lo que vino después fue una cuñadocracia, sobre todo en los lugares pequeños.
La obra narra la historia real de un estadounidense hijo de españoles exiliados que, a mediados de los 50, aterriza en España con un buen dinero para investigar el asesinato de García Lorca.
Para descubrir la verdad, su técnica pasa por congraciarse con los fachas implicados en su muerte, en Granada y los pueblos aledaños a donde lo mataron.
Estos fachas, además de criminales de guerra, resultan ser una panda de borrachos y puteros, todos catedráticos cum laude en cuñadología, y el investigador se ve durante meses envuelto en sus cogorzas de tasca y prostíbulo, convirtiéndose en un testigo excepcional de esa intrahistoria que a mí me ha sorprendido:el ambiente de celebración tabernaria de la victoria franquista como modo de vida, una juerga al borde del coma etílico en la que estos fachas viven inmersos durante más de una década, mientras los perdedores trabajan por ellos por un jornal de miseria.
Y es cuando están al borde del desmayo, cuando el americano les saca sus confesiones.
En fin, creo que siempre me imaginé esta etapa de la historia dándole a los verdugos una gravedad, una solemnidad, una altura trágica, que en realidad no tenían. Este cómic me ha enseñado una perversión de su victoria que no suele tener cabida en los libros de historia: el que fue una victoria de los paletos orgullosos, de los gañanes, de los cuñados reaccionarios.
Imaginad una España en la que te levantas y te acuestas cada día con uno de esos cuñados pisándote el cuello y dándote órdenes, mientras él vive de farra en farra por la España de pandereta, exhibiendo a cada oportunidad que se le presenta su fascismo analfabeto.
Así fue.