Querida loca resentida:
La trayectoria de hoy estuvo marcada por la música. Esas canciones que me obligó a escuchar por más de media docena de horas la gente que estaba en el bar de la calle de al lado y que yo nunca hubiese escogido. Convivir, convivir, convivir. Después, por las galletas.
El recientemente pasado año fue esquivo para la noble práctica de la repostería, supongo que se acomodó al caudal de mi energía vital. Soy de tradiciones y esto fundió hoy, de nuevo, mi sendero con la vereda de los postres caseros.
Para el día de Reyes, aunque no solo en esta fecha, tengo costumbre de hornear unas galletas de jengibre, un dulce de esos que pueden considerarse una apuesta segura. Regresé a lo conocido con baja resistencia.
Apenas miré la receta más que para las sacrosantas medidas, un eco de la memoria me dijo los pasos. Eso sí, la espera, andar recogiendo, fregando, el rato en pie, los noté físicamente por del desentrenamiento.
Pero hay que estar a lo que hay que estar, hay que simultanear tareas y controlar el reloj. La magia rara vez se hace sola, eso son los milagros. Así, acabas descubriendo que cuando haces galletas el transcurrir del tiempo se contrae, el secreto de la vida eterna lo debe guardar el horno. Huele tan rico que nunca podemos esperar suficiente para desvelarlo.