Aventuras de un oficinista japonés - Zona Negativa
Lo de José Domingo fue llegar y besar el santo. Premios por doquier, aplausos y alabanzas, y título de culto desde el momento en el que Aventuras de un oficinista japonés llegó a las tiendas. Pero este es uno de esos casos que resulta más que evidente que todas las loas son merecidas. Porque Aventuras de un oficinista japonés es un tebeo del todo personal y vanguardista, y tan airado como juguetón. Domingo llegó con su estilo para deslumbrar a los academicistas y a proclamar con una sonrisa urgente la llegada del siglo XXI. Ahí es nada.
Y es que Domingo apabulla por todo. Apabulla por su originalidad. Sí, hay rasgos de su obra que encuentran referente en otros autores, Darrow, Torres o Usui, por citar rápidamente, pero su trazo es tan inconfundible, que sus formas casi tienen copyright. Apabulla porque es un preñador de viñetas. Las llena, no solo de objetos, sino de acciones, certificando que la vida no es solo eso que le pasa al protagonista, sino que cada personaje es protagonista de su propia historia, una que si el objetivo se centrara en ellos, podría generar nuevos álbumes hasta el infinito. Domingo es anatema para quienes detestan el horror vacui, es quien te fuerza a graduarte la vista y debe tener un contrato de estrangis con los oculistas de este país. Con los oculistas y con los ocultistas, pues su obra tiene siempre el ojo puesto sobre señores en bata y demonios varios.
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