En estas fechas navideñas deberíamos empezar a plantarle cara a esta sinrazón de envolver los regalos hasta el infinito y más allá.
#^Envuelvo luego existo
Esta es la versión más exitosa del pensamiento de Descartes cuando llega la Navidad. No importa el tipo de comercio al que acudamos ni lo que vayamos a comprar, al pasar por caja la frase que pronunciamos es siempre la misma: "Envuélvamelo para regalo, por favor".
Muchos de los que pronunciamos esa frase somos conscientes de que el mejor residuo es el que no se genera y que uno de los preceptos básicos del consumo responsable es el de evitar los envases y envoltorios superfluos. Pero ese nivel de conciencia salta por los aires cuando llegan estas fiestas y entramos en los comercios con la gentil tradición de comprar para regalar. Una bella costumbre que sin embargo nos mete cada año en un lío medioambiental tan serio como absurdo. Porque si estamos de acuerdo en que la esencia del regalo es el envoltorio también deberíamos estarlo en que el envoltorio es la cosa más superflua del mundo: apenas dos segundos en nuestras manos (¡que será!) y a la basura.