El pez le soplaba chorros de agua por las partes más sensibles y asÃ, poco a poco, fue ganando terreno y conduciéndola por las rutas del placer más sublime, un placer que Hanako no habÃa tenido jamás en brazos de hombre alguno y menos, por supuesto, del amante enguantado.
Más tarde ambos reposaron flotando contentos en el barro del estanque bajo el escrutinio de las estrellas.
FIN