Y ese es el prólogo, con sus mini-momentos épicos de la adolescencia, a esta historia que no es ni de adolecentes ni de adultos, sino de psicópatas, y que comenzó, o que continuó, un ocho de marzo y que terminaría aparentemente otro ocho de marzo, dos años después, cuando la dejé. Y ojalá ella, y el infierno que la seguía, no hubieran vuelto a aparecer por mi vida. Pero aquí estamos.