Siempre recordaré cuando nos enviaron una fría mañana del invierno madrileño a reparar unas averías de cables cerca de un barrio de chabolas por Vicálvaro o Arganda. La gente de las chabolas nos recogió, nos acercó a las estufas de leña que tenían y nos dieron café. No estábamos entonces, y yo sigo sin estarlo ahora, acostumbrados a esa hospitalidad por parte de extraños, pero veintitantos años después me sigo acordando de aquello en las mañanas frías.
Buenos días lo primero.