Conversation
Notices
-
“Toda dictadura, sea de un hombre o de un partido, desemboca en las dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo. México y Moscú están llenos de gente con mordaza y de monumentos a la Revolución·.
Octavio Paz
#^Paisajes del comunismo. Memoriales
Poco tiempo después de que se nacionalizaran las tierras, se publicaran todos los tratados secretos y se produjeran otras maniobras más abiertamente controvertidas, el nuevo Gobierno comunista del antiguo Imperio ruso decretó una “llamada a la propaganda monumental”. No se trataba de una acción propia de un Gobierno que confía en su longevidad. Lenin, en un acto bien conocido e impropio en él, se echó a bailar el día que la Comuna de Petrogrado de 1917 superó el par de meses aproximado que se permitió la Comuna de París de 1871; cada uno de los días posteriores se contaba como “la Comuna más uno”, “la Comuna más dos”, y así sucesivamente, hasta que se empezaron a suceder los días y los años. Es posible que la Comuna, con la participación estrecha de estetas como Gustave Courbet o Arthur Rimbaud, tuviera algunas ideas sobre la construcción de monumentos propios, pero es mucho más conocida por derribarlos. El caso más célebre es el de la columna Vendôme, derribada por tratarse de un monumento al imperialismo y el poder absoluto; un crimen que se atribuyó personalmente a Courbet. La idea de “propaganda monumental” fue un intento de dejar algo que fuera permanente de un modo ostensible, al menos más duradero que el temporal “arte callejero de la revolución”, si bien a sabiendas de que una contrarrevolución retiraría los resultados tan pronto como fuera posible.
El enfoque adoptado fue quizá más prosaico que las ideas en sí: bustos y pequeñas estatuas de diferentes hombres con barba, por lo general, de yeso, debido a la escasez de materiales derivada de la guerra civil y el bloqueo internacional, aunque la elección fue ecléctica, lo cual no deja de llamar la atención: Marx y Engels, por supuesto, pero también Robespierre, el anarquista Mijaíl Bakunin, el poeta ucraniano Tarás Shevchenko, formaron parte de una lista que combinaba a casi todos los héroes revolucionarios, ya fueran políticos o poetas, siguieran o no la línea general del momento. En lo que respecta a la estética, la mayoría eran bastante tradicionales, aunque un busto cubofuturista de Bakunin también formaba parte del programa. Por supuesto, ninguno de ellos eran líderes vivos; no estaban Lenin ni Trotski ni, claro está, Stalin. La única superviviente escultórica de esta euforia inmediatamente posterior a la revolución no luce rostro humano alguno; se trata de una roca del Campo de Marte en San Petersburgo, que cuenta con una inscripción para conmemorar a los pocos que murieron durante la toma de poder.