Cuando, literalmente, todo esto era campo y no existían los vídeos, los streamings y ni siquiera había más de dos canales de televisión, mis padre me llevaban al cine de verano donde podías disfrutar un poco del fresquito de la noche, tapear en el ambigú y ver una película (generalmente una reposición) en formato de pantalla grande.
Así fue como vi por primera vez Lawrence de Arabia. Tendría yo unos nueve o diez años, y para mí aquello fue una revelación, tanto por la fotografía, los escenarios donde se desarrolla y, como no, por la fantástica música de Maurice Jarre.
Desde entonces habré visto esa película como cien veces, porque soy un enamorado del cine clásico y de las historias épicas (aunque sean más inventadas que reales).