"Lo que actualmente identifica a casi todos los hombres en los países civilizados es que deben buscar trabajo porque necesitan salario. Para todos ellos el trabajo es un medio y no un fin en sí mismo; por eso son poco sutiles en la elección del trabajo que realizarán, con tal de que redunde en una ganancia considerable.
Ahora bien, son escasos los hombres que prefieren morir de inanición antes que dedicarse sin placer a su trabajo: aquellos hombres selectivos, difíciles de satisfacer, a los que no los contenta una ganancia abundante, cuando el trabajo mismo no es la ganancia de todas las ganancias. A este raro género de hombres pertenecen los artistas y contemplativos de todo tipo, pero también aquellos aficionados al ocio cuya vida transcurre entregados a la caza, los viajes, las conquistas amorosas y la aventura. Ellos aceptan el trabajo y la penuria, con tal de que estén asociados al placer; e incluso, de ser necesario, están dispuestos a realizar el trabajo más pesado. En caso de que esto no suceda, son de una decidida indolencia, aun cuando esta indolencia se acompañe de penurias, deshonor, riesgos para la salud y la vida. No temen tanto al aburrimiento como al trabajo sin placer; en realidad, requieren de mucho aburrimiento si es que aspiran a tener algún éxito en su clase de trabajo. Para el pensador y para todos los espíritus sensibles, el aburrimiento equivale a ese desapacible “amainar del viento” que precede a los viajes afortunados y las corrientes alegres; es preciso que lo tolere, tiene que esperar que produzca en él su efecto —¡eso es justamente lo que los seres más humildes jamás pueden conseguir de sí mismos!— Ahuyentar a como dé lugar el aburrimiento es una vulgaridad, como es una vulgaridad trabajar sin placer."
Nietzsche, en Los aduladores del trabajo