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Las enseñanzas de Epicuro y su escuela o, mejor dicho, lo que nos ha sido legado en su versión más desarrollada y sentida, la del poeta latino Lucrecio, forman parte de una reducida literatura (en parte, filosófica o científica; en parte, moral o religiosa) cuya finalidad era combatir el sufrimiento y el miedo de los hombres. En cierto sentido, el epicureísmo occidental es equivalente al budismo oriental. Son doctrinas sin dios que solo (¡y nada menos!) intentaron poner coto al miedo humano y a todas sus indeseables consecuencias: sufrimiento, cielos e infiernos, o, más humildemente, como se explica en el docto artículo que reproduzco enseguida, duraderas supersticiones como la de los fantasmas.
Lucrecio, como se lee también en este ensayo, puso en práctica el tetrafármaco de Epicuro, cuyas “buenas nuevas” difundió entre los romanos, de manera ejemplar, en su De rerum natura:
La divinidad no es de temer, la muerte no es nada para nosotros, el bien es fácil de alcanzar y el mal es fácil de sobrellevar.
Sirva esa buena nueva como prologuillo al texto a cuya lectura invito a los amigos del canal: un entretenido y pedagógico ensayo sobre Lucrecio y su alegato materialista contra los fantasmas, de Ángel Jacinto Traver Vera, publicado en la revista de la Universidad de Córdoba Littera Aperta (URL: #^http://www.uco.es/litteraaperta) bajo licencia CC-BY.