Gente como Peter Thiel o Robert Mercer empezaron a convencer a todo el que tuviera dinero de sobra en invertir en sus movidas. Apareció gente como Musk vendiendo un futuro de coches automáticos e hyperloops y colonias en Marte que tocaban la fibra sensible de todo nerd criado al calor de los ochenta. La prensa los trataba como a estrellas del rock, como a genios visionarios que llevarían a la humanidad a su siguiente nivel.
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