Querida loca resentida:
A mediodía me levanté -antes de lo deseable, cuándo no lo es- para ir a hacer compra grande con los padres. Como siempre los supermercados son un sí.
Tras llegar a casa y colocar todo apenas me demoré en preparar el almuerzo, poner una lavadora y acostarme.
Faltó sitio para tender la colada; lo hice en dos fases. El sol de agosto ayudó a acelerar el proceso. Faltaban dos calcetines distintos. Por ningún lado aparecían.
A veces tengo el convencimiento de que los objetos tienen patas, unas que usan poco e inesperadamente. Esta sería la única conspiración a la que me sumaría si fuera canon, pero a nadie le interesa esta cuestión tan pertinente.
La lavadora es enigmática. Tiene puerta de entrada y carece de una de salida, por lo que hay que usar la misma. A no ser que sí la haya, una carontiana de agua espumosa, y solo la abra a las prendas que paguen.
Los calcetines estaban en el suelo, enredados. Los amantes, en su delirio, crean sus puertas.