Durante gran parte de mi vida, decir Badajoz era decir Luis Antonio. Pasábamos siempre juntos el día de la zambomba, una tradición de la ciudad extremeña consistente en llegar completamente cocidos a la cena de nochebuena.
Lo conocí en el pueblo, donde nos quitaba todas las novias: de joven era guapo como un héroe griego. Y como un héroe cargó con la enfermedad maldita durante treinta años. Ingeniero agrónomo, repobló con alcornoques media Extremadura.
Carretera EX-110, a la altura de Alburquerque. Un paisaje excepcional, la dehesa de encinas y alcornoques en la que se filmó la película Los Santos Inocentes.
Vamos a Badajoz. En coche, porque no hay tren.
Habitemos o no en Extremadura, seamos migrantes, hijos o nietos de migrantes, seguimos siendo los santos inocentes.
Aquí tiene la finca el cacique de Iberdrola. Los señoritos no necesitan el tren, vienen solo a cazar en sus Mercedes.
He viajado a Extremadura de muchas maneras. Lo más económico era un autobús que recorría toda Extremadura parando una y otra vez. 24 horas hasta Ciudad Satélite, un barrio lleno de extremeños.
Más adelante empezamos a ir en tren hasta Madrid, y desde Madrid en el Lusitania Express o en el Ter.
Ahora nos han quitado el tren. La estación es decorativa.
Recuerdo unas navidades con un viaje interminable, el 23-12-1973. Días antes mataban a Carrero Blanco, y las carreteras se llenaron de controles. Con once años seguía las instrucciones de mi abuela, experta en pasar por la frontera café y mantequilla de contrabando y a mí sin pasaporte, camuflado entre sus faldas.
La contrabandista se salió con la suya y llegamos al pueblo. Me esperaba una cama con una bolsa de agua caliente. Los mayores hablaban de política, en voz muy baja.
Siendo todavía una niña, mi abuela fue enviada a trabajar a Barcelona. Apenas sabía leer y escribir cuando fue contratada en Can Calicó, para servir a una familia burguesa cuya numismática todavía existe.
Allí conocería a su íntima amiga Manuela, cocinera de la casa, cargo en el que se vio amenazada en cuanto mi abuela preparó su arroz. Un arroz mítico, de alcachofas, sepia y conejo. 'Cada grano vale un duro', decía, y sus nietos aprendimos a dejar el plato como un espejo.
Mi abuela Paca nació en Albalate en 1910, pero se crió en Lleida, donde se había asentado su familia. Siendo muy pequeña estableció nuestra tradición familiar de perpetua enemistad con la industria del entretenimiento, mediante el más antiguo sistema de piratear el séptimo arte: escaparse de casa y colarse en el cine al aire libre para ver películas de Fu-Manchú.
La autoridad, armada y uniformada, puso fin a su piratería. El arma era una linterna, y el uniforme de acomodador.
Mi primera amistad fue Felipe. Nos conocimos pegándonos, el verano que llegamos a la luna. Era mayor que yo, y siempre escuché sus consejos en lo que se refiere a desengaños: a él le dieron calabazas antes que a mí, y aprendimos a reírnos de lo que más duele. Se fue este mes de octubre, y todavía no he sido capaz de llorar. Tengo un nudo que solo podré desatar cuando vea a su familia. Mi trabajo es zurcir el pasado, el suyo era construir el futuro. Era maestro de escuela. #LosAlmeida
La culpa. Recuerdo perfectamente mi primer delito, o pecado, o lo que sea la primera maldad por la que un niño de 4 años se siente culpable. Robé plastilina en el parvulario. Nunca me castigaron por mi crimen, solo por dejar mi casa llena de manchas de aquella pegajosa sustancia. Nunca confesé, ni siquiera cuando nos preparaban para la primera comunión. Hoy sé que no fue robo, sino hurto, y que un niño de 4 años es tan inimputable como el rey emérito. Pero me sigo sintiendo culpable. #LosAlmeida
Cuando llegó la República mi abuela tuvo que sindicarse, y escogió la FAI. En mi familia nunca lo entendimos porque -remedando a Valle- mi abuela era guapísima, católica y sentimental. Pero se hizo tan anarquista como católica, y se aprendió los himnos libertarios como quien se aprende el catecismo.
Era una anarquista muy rara: en la guerra escondió a unos curas, y así consiguió casarse por la Iglesia.
Cada primero de mayo nos cantaba Hijos del Pueblo.
Cuando mi bisabuela Pilar conoció a su nieta, todo cambió para mi abuela Paca, La Roja. La protegió siempre frente a cotillas, chismosas y alcahuetas, y volcó la poca ternura que le dejó la guerra en la pequeña Pilar.
#LosAlmeida siempre vivieron bajo un matriarcado de mujeres duras como el granito sobre el que se levanta mi pueblo. Si Pilar Sánchez tosía, todos los Almeida se ponían firmes. Solo he conocido a alguien parecida, y está conduciendo el coche por la M30, insultando a medio Madrid.
Fernando murió a los 18 años, de un ictus. No quiso cambiar su carnet de flecha por el de falangista adulto, y se le negó un homenaje póstumo. A raíz de ello María rompió su carnet de Falange.
Era una mujer de armas tomar. Tanto, que protagonizó un escándalo años después, cuando huyó a Portugal para casarse con un divorciado. Pecado mortal, poca broma.
La primera mirada con la que se encontró aquella anarquista de 29 años helaba la sangre.
La hiela todavía hoy. Mi bisabuelo Juan Antonio se afilió a Falange en junio del 36, junto a sus hijos María y Fernando. Miguel era soldado de Franco, y a mí me tocó el abuelo rojo y catalán de adopción: Pedro, en el exilio.
La inteligencia artificial resucita a mi bisabuelo. En blanco y negro daba más miedo.
Aquí tienen la historia de Manuel Vital, que al igual que su hermano Diego fueron amigos de mi madre, cuando ya todos vivían en Barcelona. Siempre hablaban, con eufemismos para no asustar a los niños, de que su padre había sido ‘paseado’.
49 espinas dorsales, 49 víctimas de la represión, entre ellas el legítimo alcalde, de Izquierda Republicana.
Todos ellos arrojados a la mina Terría por defender la libertad y la democracia en la Segunda República, tal como indica el mausoleo donde se les rinde homenaje, tras ochenta años de olvido.
Mi abuelo podía haber estado ahí, como el abuelo de mi amigo Manolo. O como el padre de Manuel Vital, un luchador obrero mítico, que emigrado a Barcelona secuestró un autobús.
Mi madre nunca quiso que ingresase en los boy scouts ni nada parecido. Decía que el único uniforme que debe llevar un niño es la bata del colegio.
Entre los cientos de fotos que encontré en el viejo caserón de #LosAlmeida está esta foto, terrible, de niños desfilando disfrazados de falangistas, con fusiles.
Cuando vi la foto entendí a mi madre. Solo me he puesto un uniforme, además de la toga, el de jugador de rugby.
Mientras el coche enfila las últimas rectas de Toledo antes de entrar en Extremadura voy recordando la habitación de los muertos, que es como llamábamos en la familia a la pequeña alcoba donde estaban colgados todos los retratos de #LosAlmeida fallecidos.
Esa habitación ya no existe, ha sido sustituida por un vestidor lleno de espejos. Y no dejo de pensar, cuando me miro en esos espejos, que yo soy el próximo fantasma que ocupará esa habitación.
Avisen si les aburro con tanto paisaje y tanto fantasma. Estoy encontrando muchas cosas que a mí me fascinan, pero que quizás a ustedes les cansan. Los fantasmas se alimentan con nuestros recuerdos, y no desaparecen mientras alguien se acuerda de ellos.
Mis fantasmas se alimentan de ustedes.
La Raya es nuestro Poniente. Y mi juego de tronos es la historia de mis mayores. No olviden que en Cáceres hay varios monumentos naturales sobre los que un día volaron dragones.